La soledad y el delirio son mis (no)problemas.

Sinceramente, no sé si tengo un problema, todxs quienes me rodean niegan la existencia de mi problema, sin embargo, yo siento que tengo un problema. Un problema neuronal por cierto, siniestramente neuronal, que pierde sus estribos cada vez que pienso más de la cuenta. Siniestro digo, sin duda alguna, porque es más oscuro que la noche en las tinieblas de una cueva; pero es tan evidente que, a los ojos de los mortales, parece normal mi oscuridad cerebral. Es este problema el que me obliga a pensar siempre de forma siniestra, absurda e, incluso, violenta. 
Como una presión constante en mi cerebro, intento hacer caso omiso a las voces de mi cabeza, pero la repetición constante de mi locura, de mi posible estado de locura, de mi evidente estado de delirio (desde la perspectiva interna del yo), me proponen que tengo un problema y que se puede incluso palpar.
Pero no es que tenga terror de mis estados contemplativos de oscuridad, no es que sienta miedo cada vez que me escucho hablando sola o descubro que en la mirada de los locxs está mi mirada. Mi problema no es aceptar este delirio interno, sino que mi problema es hacer evidente o aceptable para los demás que tengo un delirio que me acompaña todos los segundos a todos los momentos de mi vida. Como por ejemplo, cuando me encuentro hablando sola, percibo que hago el ejercicio de despertar ese delirio, de comunicarme con el para que no se sienta rechazado, pero es un ejercicio involuntario que me agrada de sobre manera. Porque en esos momentos es donde fluye libre la conciencia e incoherencia de mi ser, es en esos instantes en que me vuelvo transparente. En esos instantes puedo vernos a las tres reflejadas en el espejo, a las tres féminas que llevo dentro nos veo, las observo cómo cada cual está conectada con cada centímetro de mi delirio. Es en estas conversaciones con mis féminas en que puedo dilucidar la coherencia de mi no-problema, de mi no-delirio; es ahí cuando mi poca cordura se vuelve coherente en su máxima locura.
Pero los demás no logran entender, hacen caso omiso o, simplemente, prefieren el silencio a aceptar las condiciones de cada quien. Porque así estamxs condicionadxs los seres humanxs, mujeres como hombres, sometidos a silenciar cualquier punto de perturbación que salga de los parámetros conductuales del deber ser correspondiente.
En cambio, yo he aprendido a observar, no omito los delirios de quienes me rodean, porque yo sí acepto mi delirio, lo comparto, lo escribo para hacerlo parte de la realidad en la que habito. Y es evidente, que cuando camino por las calles de mi ciudad, visualizo en el pavimento a mis otras compañeras féminas, ahí están siempre un paso delante y uno atrás, en cada pedazo de aire en que transito. Por eso digo, repito y reitero, yo no tengo un problema, es decir, el problema no es mío, porque yo lo acepto, lo degluto, lo vivo. El problema, realmente, existe en el cerebro ajeno (normado) que obliga a ocultar aquello que es evidente.
¡mortales, háganse ver!
atentamente
Ameba

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